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Trump y Groenlandia: ¿regresa el verdadero "imperio" estadounidense?

Foto del escritor: Esteban RománEsteban Román
Groenlandia

Los que se quejan del “imperio estadounidense”, de las guerras en Irak y en Afganistán y de las intervenciones en América Latina, no tienen ni idea de qué es en realidad un imperio. Si Estados Unidos tomara Groenlandia o el canal de Panamá por la fuerza, se marcaría el regreso del verdadero imperio estadounidense. Uno que no hemos visto en más de un siglo.


Imperio era lo que Estados Unidos era en el Siglo XIX, cuando arrebató a México la mitad de su territorio, cuando le quitó a España el control de Cuba, cuando forzó a Japón, literalmente a punta de cañones, a abrirse al comercio; cuando provocó la separación entre Colombia y Panamá para construir un canal que, hasta la fecha, es una de las mayores rutas comerciales del mundo. Ese era el Estados Unidos imperial. Todo lo que ese país ha hecho en los últimos 70 años son juegos de niños en comparación, considerando la magnitud de su fuerza y lo que puede hacer si la emplea. 


Pero ese brutal imperio estadounidense, era sólo un jugador más en el tablero mundial de ese tiempo. No era, ni de lejos, el más agresivo o el más expansionista. Francia tenía colonias en África, en América y en Asia; Rusia llegó a controlar un sexto del territorio mundial; Gran Bretaña destruyó los gobiernos locales en India y China para forzarlos a comerciar sus recursos y poseer derechos exclusivos sobre sus rutas comerciales. Y sólo estoy describiendo los 100 años previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó el orden mundial estadounidense. Pero durante toda la historia de la humanidad, siglos antes de esta última etapa, la historia estaba determinada por la ley del más fuerte. 


Las personas se olvidan de que las últimas décadas de relativa calma en Occidente son una anormalidad histórica. Sin guerras mundiales; sin países arrebatándole territorio a la fuerza a otros so pena de ser sancionados; con todos los países comerciando entre sí sin necesidad de acompañar las mercancías con buques de guerra. Era posible sólo porque Estados Unidos era la superpotencia hegemónica y no estaba interesada en expandir más su dominio territorial, pues quería tener aliados contra el comunismo soviético. Era una batalla también de ideologías. Jimmy Carter. presidente entre 1977 y 1981, regresó a Panamá el control del canal a cambio de un dólar. 


Pero esa paz relativa fue solo un sueño, una ilusión derivada de la creencia estadounidense de los últimos 30 años -ahora sabemos, ingenua- de que la globalización podía terminar con los conflictos mundiales. Porque ¿qué hizo China después de ser admitida en la Organización Mundial de Comercio? Arrebató la propiedad intelectual de las empresas que invitaba a invertir en su territorio, exportó a precios artificialmente bajos sustentados en subsidios, y utilizó todas esas ganancias para construir un Ejército con el que pudiera rivalizar a Estados Unidos, el país que lo invitó a la mesa del comercio global. ¿Qué hizo Rusia? Usar el petróleo y el gas que vendía a Europa para reconstruir las capacidades militares rusas y cometer actos de sabotaje contra los intereses estadounidenses en el extranjero. ¿Qué hicieron las ex potencias europeas? Olvidarse de gastar en armamento, dada la protección que Estados Unidos les proveía, y construir un Estado de Bienestar que su población creyó que dudaría para siempre. 


Estados Unidos se cansó de esa realidad. De ser el policía del mundo y, al mismo tiempo, de ser el principal cliente de las exportaciones de todos los demás. Donald Trump no es la causa de este cambio histórico, es el síntoma de un cambio de sistema que iba a llegar tarde o temprano porque ya no era sostenible. Joe Biden, con todo y su discurso a favor de aliados y derechos humanos, fue incluso más proteccionista económico que el Trump de 2016. Biden no sólo no revirtió los aranceles de su antecesor, los aumentó. Y se preparó para una tercera guerra mundial: dotando a Australia de submarinos nucleares y formando alianzas con Japón y Corea del Sur ante un eventual conflicto con China. 


Estamos ahora en la transición hacia una nueva etapa histórica. El regreso del mercantilismo y la lucha abierta entre potencias. No será un cambio de la noche a la mañana porque hay muchos intereses económicos depositados en la globalización. Pero ya estamos camino a esa transformación, en la que el comercio mundial se transforma en un comercio regional, de bloques comerciales. Porque Estados Unidos ya no confía en China, porque Europa Occidental ya no confía en Rusia, porque Estados Unidos no va a defender a sus antiguos aliados en caso de invasión. 


Ese cambio histórico es el contexto de la amenaza de Donald Trump de tomar Groenlandia y el Canal de Panamá incluso a la fuerza si es necesario. ¿Quién va a detener a Estados unidos si la orden se emite? ¿La ONU? ¿China? ¿Rusia? Nadie. Los únicos que podrían detener esa intención serían los estadounidenses, pues su democracia todavía funciona, pero después de los resultados electorales más recientes, no es seguro que los votantes se opongan al regreso de un Estados Unidos imperial.


Es hora de que el resto del mundo escoja un bando.




                                                                                                                                              



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