Donald Trump dijo, en el debate presidencial contra Kamala Harris, que los migrantes haitianos en Springfield, Ohio, se están comiendo a los perros y gatos de la gente.
El alcalde republicano de Springfield lo niega. El jefe de la policía de Springfield lo niega; el gobernador republicano de Ohio lo niega. Pero eso no importa a Trump, quien recordó que iniciará una deportación masiva de migrantes tan pronto asuma el gobierno de Estados Unidos, empezando con Springfield. Su candidato a vicepresidente, JD Vance, ya dijo que no le importa que esos migrantes estén legalmente en el país, él los seguirá considerando ilegales.
¿Por qué? Si la mayoría de los migrantes haitianos que residen en Springfield trabajan ahí legalmente. Springfield era una localidad que perdió un cuarto de su población por falta de trabajo. ¿Es porque no nacieron en Estados Unidos? No es eso, porque también quieren quitar el derecho a tener ciudadanía a los hijos de migrantes nacidos en suelo estadounidense. La esposa de Trump nació en Eslovenia, por cierto, ¿cual es el problema entonces? ¿Su raza? Está bien. Que lo digan abiertamente.
Muchos latinos piensan igual, aunque su propio aspecto sea motivo de desprecio por parte de esos nativistas con quienes se alían. Como Laura Loomer, la más reciente compañera de Donald Trump en la campaña, quien recién dijo que si Kamala Harris gana, la casa Blanca apestará a curry. Hasta Margorie Taylor Green, la más radical de los congresistas MAGA, la acusó de racismo por el comentario. Paradógico también dado que la esposa de JD Vance es, como Harris, de origen indio.
Poco a poco, el movimiento trumpista por fin está dejando de lado la simulación de que su batalla es por la legalidad y no por la defensa de una raza dominante dentro de Estados Unidos. Ojalá sigan así. De esa manera, el latino que vote por Donald Trump no podrá decirse engañado cuando le toque a él ser el siguiente juzgado, acusado de ser criminal o de comer perros, -no por su estatus migratorio- sino por su raza.