Donald Trump está desatado. En unos pocos días ha pasado de bromear con que Canadá puede ser parte de Estados Unidos, a decir ahora que el país puede tomar de vuelta el canal de Panamá, que los cárteles mexicanos serán tratados como organizaciones terroristas y que quiere hacerse de Groenlandia, que es propiedad de Dinamarca. ¿Va a hacer todo eso ? Suena a mera estrategia de negociación inicial. ¿Puede hacerlo? Claro que puede y no tardaría años, como el intento torpe de Rusia de tomar toda Ucrania.
A diferencia de Rusia y de China, las dos potencias que siguen en términos de capacidades militares, Estados Unidos puede ir más allá de sus fronteras. China aunque quisiera jamás podría invadir un país en el continente americano, por ejemplo. No tiene ese alcance. Menos aún Rusia, cuyo poder naval es insignificante en comparación. Por eso dan risa esas personas que creen que Rusia o China vendrán en ayuda de Maduro, o de Ortega o de cualquier otro dictador latinoamericano si la potencia estadounidense decidiera removerlos por la fuerza. Es simplemente Imposible.
Estados Unidos, en cambio, como lo demostró en Irak y en Afganistán, puede alcanzar cualquier parte del mundo. Más aún si el objetivo está relativamente cerca como Panamá o Groenlandia. La pregunta es: ¿Por qué no lo ha hecho? La respuesta es: porque no era parte de su estrategia. Veamos la historia.
Cuando inició la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ya era el país más próspero del planeta. Por eso, la mayoría en ese tiempo, finales de los años 30, principios de los años 40 del siglo pasado, no veía necesidad de involucrarse en los conflictos en Europa. El movimiento “America First”, el original, es de aquel tiempo. Combatieron la intención del entonces presidente Franklin Delano Roosvelt de entrar en la guerra. ¿Para qué combatir a Alemania y a Japón cuando les iba muy bien sin salir de casa?
Pero ocurrió el ataque japonés a la base militar estadounidense de Pearl Harbor, y Estados Unidos entró a la guerra. Y fue el factor decisivo en favor de los aliados. Invadió las costas de Francia tomadas por los alemanes, mientras combatía en el pacífico a los japoneses, y, además, asistía a los rusos con alimentos y materiales sin los cuales los soviéticos no habrían podido avanzar en su propio frente.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se dio cuenta de que la principal amenaza a su seguridad era el avance del comunismo. Y que una Europa y Asia destruidas podían caer fácilmente bajo esa influencia. Así que elaboró un plan: expandir el capitalismo a través del comercio mundial.
Estados Unidos inventó la globalización moderna no por necesidad, sino como una estrategia de seguridad. Es el único país que podría darse el lujo de ignorar al resto del mundo, porque su propia geografía de ha dado ventajas incomparables: una de las tierras más aptas para la agricultura en el midwest, la protección natural de dos océanos a su alrededor, vecinos que nunca han sido una amenaza -México y Canadá-, un terreno plano que permite el cruce barato de personas y de mercancías a través de su territorio, y recursos naturales en abundancia. En esas condiciones, podría dejar que el mundo arda sin preocuparse por que las luces dejen de estar encendidas o que la comida llegue a la mesa. Pero claro, eso implica confiarse, suponer que los problemas en el extranjero nunca se expandirán al grado de llegar a tu casa. Estados Unidos hizo lo correcto al no ser tan confiado.
En 1948 Harry Truman creó el Plan Marshall,, que consistió básicamente en que Estados Unidos financió la reconstrucción de Europa, y para asegurar que los países pudieran desarrollar sus economías a través del comercio internacional, se firmaron los acuerdos de Breton Woods, para que todos pudieran usar el dólar como moneda de cambio con la confianza de que en cualquier momento podían cambiar esos dólares por oro… hasta que claro, el tamaño de las transacciones creció tanto en los años 70 que la convertibilidad a oro dejó de ser práctica.
A los antiestadounidenses les gusta presentar ese acuerdo de Bretton Woods y el final del patrón oro como una especie de maquiavélico plan de dominación económica. Pero hay que recordar: ningún otro país podía haber prestado su moneda para fines de garantizar el comercio global. Porque, hasta la fecha, ninguna otra nación tiene el tamaño y el nivel de libertad en el uso de su moneda como Estados Unidos. Por eso el yuan chino jamás reemplazará al dólar. Y por eso los BRICS jamás crearán una moneda común. Ni siquiera entre ellos confían. Pero ese es otro tema.
El punto es que Estados Unidos creó la globalización moderna no para hacerse el país económicamente más poderoso, ya lo era desde antes. Lo hizo para evitar la expansión del comunismo. Incluso dedicó su poder naval para garantizar el libre flujo de mercancías a través de los océanos y abrió su mercado de consumo para que otros países le vendieran sus productos. Estados Unidos es, hasta hoy, el principal comprador de mercancías de China, de Japón, de toda la Unión Europea y de toda América Latina.
Fue una estrategia de seguridad. Básicamente Estados Unidos renunció a su aislacionismo a cambio de tener aliados contra una ideología, el comunismo, que, creía, podía infectar el mundo poco a poco hasta que llegara a sus propias puertas.
La estrategia funcionó y en 1991 la Unión Soviética terminó de colapsar. ¿Qué pasó con la globalización? Se expandió. En los años 90s Estados Unidos creyó que podía haber paz mundial duradera si a todos los países del planeta, incluidos Rusia y China, se les abrían las oportunidades que se le ofrecieron en su momento a Europa Occidental. Ahora sabemos que fue una ingenuidad. Rusia y China aprovecharon las bondades del comercio global, garantizado por Estados Unidos, para hacer dinero e incrementar con él sus capacidades militares.
Después, en los primeros años de este siglo, Estados Unidos se distrajo en su guerra contra el terrorismo. Y dejó que el comercio mundial siguiera su curso a pesar de que ya no había un enemigo ideológico, como la Unión Soviética, que le diera sentido a seguir subvencionando el comercio global.
Pero los agravios dentro de Estados Unidos se acumularon. Los trabajadores se dieron cuenta de que perdieron trabajos con los tratados de libre comercio. Los empresarios notaron que China los despojaba poco a poco de su tecnología y de su propiedad intelectual. Y cada vez más estudiosos, diplomáticos, políticos, notaron que Estados Unidos ya no tenía necesidad de involucrarse con el resto del mundo. ¿Para qué poner una democracia en Afganistán? ¿Petróleo? Hace muchos años que Estados Unidos no lo necesita, es el principal productor y exportador mundial de petróleo.
Ese mundo se acabó. Ya no hay guerra fría. Ya no hay tampoco la ilusión de que la globalización hará que todos se lleven bien para comerciar entre ellos. Rusia mismo se encargó de demoler por completo ese mito al invadir Ucrania. ¿Para qué sigue Estados Unidos protegiendo las rutas de comercio mundial? Es el país que menos depende de ellas. ¿Para qué va a respetar la soberanía de Panamá o de Dinamarca, si nadie puede detenerlo si quiere invadir a esos países?. ¿Para qué venderle chips avanzados a China y Rusia si éstos usan esos materiales para construir armamento y competirle a Estados Unidos?
Los que creen que Estados Unidos es un maquiavélico opresor sólo porque aplica sanciones económicas, es porque no tienen ni idea de lo que ese país puede hacer e hizo durante buena parte de su historia. Los que nacimos durante o después de la guerra fría hemos visto la cara más amable del gigante norteamericano, contenido por su propia democracia. Pero si esa democracia puso a Donald Trump a la cabeza, es porque el país se dio cuenta de que el mundo necesita más a Estados Unidos, que Estados Unidos al mundo. Y Trump apenas es el inicio de esa realización.