
Todo indica que hubo un segundo atentado contra Donald Trump. Esta vez, por fortuna, sin ninguna consecuencia fatal.
Detuvieron al sujeto, un tal Ryan Wesley Routh. Y las similitudes con el anterior tirador, Thomas Crooks, son esclarecedoras.
Ambos son hombres blancos amantes de las armas y con antecedentes políticos republicanos. Ryan Routh, de 58 años, incluso declaró haber votado por Trump en 2016. Crooks, un joven conservador, estaba registrado como votante republicano en Pensilvania. Ambos, Crooks y Routh, excéntricos personajes con suficientes huellas de inestabilidad mental como para haber sido prohibidos de tocar un arma. Pero ese es el problema con Estados Unidos, cualquier trastornado puede tener acceso a un rifle.
Y solo un trastornado podría creer que dispararle a Trump dañaría su causa. Es obvio que el efecto será el contrario, cuando menos en su base, que ya hasta lo consideran entidad divina por no haber muerto. Pero si Crooks o Routh hubieran tenido éxito, cualquiera que reemplazara a Trump tendría aún más posibilidades de llegar a la presidencia.
Los dos atentados benefician políticamente a Trump y a su causa. Solo un iluso, como Routh, -quien entre sus fantasías decía tener a cientos de Afganos listos para ir a pelear en Ucrania- podría creer lo contrario. A menos, claro, que el objetivo del tirador sea precisamente el de canonizar a Trump. Hay razones para creer que esa pudo ser la intención de Crooks, pero quizá nunca lo sepamos porque él no sobrevivió para contarlo.
¿Quién cree que eliminar con Trump acaba con el movimiento que lo apoya? Nadie con cerebro. A menos que el objetivo de dispararle sea hacerlo llegar de nuevo a la presidencia.