
El presidente López Obrador hizo lo que muy pocas veces hace: reconocer un error. Admitió que el Insabi, el instrumento que debía reemplazar al Seguro Popular, no sirvió.
Claudia Sheinbaum difícilmente hubiera cometido ese error. Y esa es la principal diferencia entre ella y López Obrador: el voluntarismo. Es decir, la creencia de que la voluntad es suficiente para adaptar la realidad.
El voluntarismo hizo que AMLO llegara a la Presidencia pese a que todos decían que su carrera había acabado con el impopular plantón que hizo sobre Avenida Reforma en 2006. Es su mayor virtud y su mayor defecto. Porque tener ideas inamovibles te hace lograr lo que parece imposible, cuando solo depende de tí. Pero estorba, si quieres solucionar un problema demasiado complejo para resolverse de un plumazo. Ese es el caso de la Salud en México: no era tan fácil como quitar a las farmaceuticas del camino y ya. De la misma forma como no se resolvió la seguridad únicamente con dejar de provocar a los criminales y dando programas sociales a la población.
Claudia Sheinbaum, como científica que es, sabe que el mayor enemigo de los resultados objetivos es el voluntarismo, cuya equivalencia en la filosofía de la ciencia es el "dogma": la firme creencia de que una teoría prevaleciente es ciertas incluso si las evidencias dicen lo contrario.
López Obrador eligió en Claudia Sheinbaum a una versión más moderada de sí mismo, una izquierdista no tan voluntarista que prefiere la eficiencia. Si ella sigue como va, con nombramientos de gente capaz en su gabinete y sin proponer soluciones mágicas a problemas complejos, la presidenta electa superará a su mentor. Aunque paradójicamente, justo por falta de voluntarismo, nunca será tan popular como él.