Argentina ha pasado un tercio de sus últimos 70 años de historia, en crisis económicas. Llegaron a tener cinco presidentes en menos de dos semanas debido a esa inestabilidad. Increíble para un país que exactamente hace un siglo, era uno de los países más ricos del mundo. Argentina es el ejemplo perfecto de cómo una geografía extraordinaria, una de las tierras más fértiles del planeta, con recursos naturales abundantes, puede arruinar su propia prosperidad por malas decisiones políticas. Esa realización de los argentinos explica la llegada de Javier Milei al poder, un hombre que, nos guste o no, hay que reconocerle una cosa: está haciendo exactamente lo contrario de lo que hicieron todos esos presidentes que lo precedieron 70 años antes y que dejaron al país en ruina.
Argentina llegó a donde está porque ha gastado más de lo que tiene. Y en lugar de ajustar sus gastos a su presupuesto disponible, ha recurrido a deuda. Es el mayor deudor del Fondo Monetario Internacional, por mucho. Supera lo que adeudan, juntos, los siguentes cuatro mayores deudores del FMI.
Pero ¿por qué Argentina lleva tantas décadas sin poder hacer algo tan simple, como no gastar más de lo que tiene? La respuesta corta es: el peronismo. El movimiento político que ha dominado a Argentina desde que Juan Domingo Perón, un militar y político populista, llegó al poder en 1946 prometiendo dádivas para todos: altos salarios, bajos precios garantizados por el Estado, nacionalización de industrias para generar empleos públicos, y otros beneficios que quiso seguir ofreciendo aun cuando dejó de tener los ingresos necesarios para pagarlos.
Desde ese entonces Argentina ha vivido la fantasía de que puede volver a ser una potencia económica sin necesidad de generar industrias capaces de competir en términos de productividad y eficiencia. Todo para proteger sus empleos públicos y sus empresas estatales, pese a que éstas generaban más pérdidas que ganancias, sobre todo porque, para mantener a todos contentos, los servicios y productos que esas empresas ofrecían tenían que darse a la población a precios por debajo del costo de producirlos.
No había manera de evitar que la medicina fuera dolorosa. Y Milei se lo advirtió a los votantes. Cortó gasto en pensiones, en seguridad social, en salarios de burócratas y en educación pública. Y cortó la mitad de todos los ministerios del gobierno. También bajó subsidios, es decir, cuando el gobierno paga una parte de los productos y de los servicios que compras para que te salgan más baratos. Como consecuencia, los argentinos que sólo tenían que pagar el 5% del costo real de llevar electricidad a sus casas, ahora tienen que pagar hasta el 30% de ese costo. El gobierno sigue pagando el 70% del costo real a personas de bajos ingresos, pero para el bolsillo de esos argentinos, representó tener que pagar 6 veces más de lo que gastaban antes de que Milei tomara el poder.
Entre julio y diciembre de 2023, 41% de los argentinos hogares argentinos -es decir familias en promedio de cuatro personas- eran pobres, con ingresos menores a 950 dólares al mes. Ahora la cifra subió a más de la mitad del país: 52% de los hogares son pobres.
En lugar de crecimiento económico ha habido contracción económica en 2024. Ese dinero del gobierno que ya no se gasta, aunque fuera gasto irresponsable, contribuía al crecimiento económico y ese dinero público aun no ha sido sustituído por inversión privada que se traduzca en generación de riqueza. Para que los inversionistas vuelvan a confiar en Argentina, en poner en riesgo su dinero en proyectos de largo plazo que no serán confiscados por el Estado como ha pasado tantas veces en el pasado, necesitan ver que el plan de Milei funcionará más allá de un año y que el país no colapsará en el proceso de corrección en el que está metido.
Es por todas estas razones que el año en que Milei ha sido Presidente, los indicadores macroeconómicos, de estabilidad financiera, han mejorado mucho en Argentina, pero a costa del gasto público, los subsidios y los gastos que, aunque irresponsables, mantenían a millones de argentinos con un nivel de protección económica que ya no tienen.
Sí, sufre empleo. Sí, los servicios públicos son más caros. Y, al mismo tiempo, baja la inflación y el gobierno ya no necesita seguir adquiriendo deuda. Son dos caras de una misma moneda. Argentina no podía corregir sus errores sin medidas dolorosas.
Y pese a todo ese sufrimiento, la popularidad de Javier Milei, hasta el final de 2024, se mantenía por arriba del 50% de la población. Sería difícil de imaginar eso en cualquier otro país. Pero no en Argentina, porque los argentinos son lo suficientemente inteligentes para saber que el camino que los ha llevado a la ruina durante los pasados 70 años no los va a sacar de ese ciclo si se siguen endeudando y si siguen manteniendo gastos irresponsables en subsidios e industrias públicas ineficientes.
El problema es saber exactamente cuándo será que Argentina ya llegó al piso, al punto máximo de sufrimiento que era necesario, antes de empezar a mejorar. Algunos indicadores dan esperanza de que este podría ser ese momento. De que hay luz al final del túnel. Cuando Milei tomó la presidencia, la inflación mensual era de 25% cuando su gobierno, deliberadamente, devaluó el peso argentino para acercarlo a su precio real. Pero desde entonces, ha bajado, y para noviembre de 2024 llegó a sólo 2.4%, el registro más bajo en cuatro años. La inflación, comparada con el año previo, sigue siendo de más de 100%, 166% hasta noviembre pasado, sin embargo, lleva 8 meses a la baja. Además, el gobierno ahora está en posición de empezar a pagar a sus deudas, porque lejos de gastar más de lo que tiene, ahora ha generado ahorros, superávit fiscales, gracias a que Milei no ha recortado impuestos.
¿Cuánto más estarán dispuestos a soportar los argentinos antes de que el plan de Milei también empiece a generar empleos, ya no estatales, sino privados, y crecimiento económico? Imposible saberlo. Tienen que pasar años, seguramente, porque ninguna base industrial, energética, por ejemplo, con sus cadenas de suministro y el financiamiento necesario para erigirla, se construye de la noche a la mañana. Pero si el plan funciona, si Argentina deja de depender de deudas y las nuevas industrias logran impulsar en todo su potencial las ventajas geográficas de Argentina, por primera vez en 70 años el país podrá encaminarse de nuevo a ser la potencia económica que algún día fue.
Es un camino cuesta arriba y muchas cosas podrían salir mal, incluyendo errores de Milei, que hagan que los argentinos vuelvan a elegir a los peronistas. Pero si Milei tiene éxito, si Argentina recupera el crecimiento económico sano, será un ejemplo muy poderoso para el resto de Latinoamérica de lo que se puede conseguir cuando dejamos de culpar a otros: a Estados Unidos, a las corporaciones, al neoliberalismo y a otros demonios imaginarios, del subdesarrollo en el que caímos como consecuencia -solamente- de nuestras propias decisiones.